Lo que hoy es un artefacto de tanta importancia para cada vez que salimos a la calle, hace muchos años, comenzó siglos atrás como un accesorio o mas bien amuleto que lograba alejar la “influencia maléfica.” Según William Summers, experto de la Universidad de Yale, la idea de que una enfermedad pudiera transmitirse de persona a otra existe al menos desde el siglo XVI.
No fue hasta mediados del siglo XIX, que la identificación de los microbios permitió elaborar las “teorías de gérmenes” para explicar los mecanismos de infección.
En 1890, las mascarillas aparecieron en las salas de operación, justo cuando la epidemia de peste emergió antes de propagarse en Hong Kong. La «peste de China», llegó en 1910 a Manchuria y fue en ese momento en el los responsables sanitarios se enfrentaron a obstáculos políticos y de cambios culturales en la sociedad para acostumbrarse a vivir con la epidemia. A pesar de esto, fue después de la primera muerte registrada de un doctor francés, Gérald Mesny, quien había visitado un hospital sin protección, que la demanda de mascarillas explotó, siendo Wu Lien Teh, un joven doctor nacido en Malasia y formado en Cambridge, el responsable de aplicar un sistema de arnés para sujetar la mascarilla y de esa manera poder usar el cubre bocas para trasladar a los cuerpos infectados.
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